Títeres sin cabeza (La Nación)

Cineditar

Títeres sin cabeza

Domingo 30 de marzo de 2008

Por Lídice Varas

Hace dos años había un noticiario que duraba 31 minutos, lo conducía un muñeco de trapo con aires de divo, lo producía un animalejo peludo y los comentarios deportivos estaban a cargo de una pelota con Alzheimer. En él se entrevistaba a la verdadera farándula, había dramas reales, como perder un diente o aprender a andar en bicicleta, y se investigaban los más impactantes casos, como cuando develaron la ruta de la caca, reportaje que casi le cuesta la cabeza al gerente general de una muy importante empresa.

Había hordas de niños y otros no tanto coreando sus canciones, soñando con ser como Tulio Triviño y creyendo que el mundo podía ser salvado por un calcetín con rombos. Era un noticiario pobre pero honrado, hasta que ¿transición natural? se convirtió en película. Creció, maduró y se vistió de gala. Ahora, en formato cinematográfico, sigue manteniendo su humor, sus salidas de madre, sus diálogos jocosos, pero algo perdió en el camino.

A "31 minutos la película" le pasa algo parecido a lo que le sucede a las comedias de TV cuando llegan a pantalla grande: se trasladan a un terreno que, por no manejar del todo, pierden el ritmo y se descuadran. Si la serie infantil había descubierto la quintaesencia de un humor rápido, inocente en sus chistes para niños y mordaces en sus guiños para adultos, en celuloide se ablandó, se enredó con el lenguaje.

La historia de "31 minutos la película" está muy alejada del estudio de televisión. En esta aventura, los personajes se trasladan a la isla de Cachirula una niña rica y engreída que busca completar la más rara colección de animales. Allí va a parar Juanín, y a su rescate parten todos sus amigos. Hay aventuras, hay muñecas gigantes, mansiones, nuevos personajes, hay plata y efectos especiales, hay también buenos y genuinos momentos de humor, pero le falta un poco de esa torpeza del que sabe que su fuerza está en el ingenio de una frase bien puesta y en el remate exacto de un chiste.

Acá vemos a los muñecos más como personajes, con patas y movimientos propios, desaparece el espectáculo de títeres, con sus encuadres particulares y el cuidado de no mostrar la mano negra del que mueve al títere, pero en ese gesto desaparece esa buena cuota de realidad de circo austero que dotaba a "31 minutos" de una gracia única.

Sus mejores momentos están justamente cuando Peirano y Díaz potencian lo que mejor saben hacer: diálogos desopilantes y quiebres en las expectativas, como cuando Tulio se manda el discurso triste feliz y a coro los muñecos se lo celebran , o en las lacónicas reflexiones de Bodoque, pero en el camino de llenar 87 minutos en un cuento con moraleja, los personajes pierden brillo.

La cinta usa las posibilidades que dan los recursos cinematográficos edición rápida, tomas impensables , logrando un digno resultado, divertido siempre, pero sin la audacia de hacer mucho con poco, porque no se puede olvidar que su gracia era justamente hacer de un calcetín un héroe y de un micrófono con ojos un personaje con vida y emociones.