31 minutos, la película (Wiken, de El Mercurio)

"31 minutos, la película"

Por Antonio Martínez

★★★☆☆

Los créditos de la película, más bien solemnes, no corresponden a lo que es típico en una cinta de animación y en el implícito se funda uno de los logros de la serie y de las criaturas de "31 minutos". Se trata del cariño por cada uno de esos seres y por eso la seriedad en la presentación, donde aparecen los nombres de personajes que no son superhéroes, pero sí son superhumanos, por así decirlo.

Seres que surgen al amparo del noticiero "31 minutos", un lugar de trabajo con envidias y celos, también de amores silenciosos o lealtades totales y con un componente absurdo que generalmente domina al grupo de personajes. Porque esos peluches, calcetines y objetos parlantes son un microcosmos de los sentimientos y las emociones humanas: desorden, instinto, supervivencia, miedos, incoherencia, grandeza escondida.

Puede ser por eso, entonces, lo de los créditos, donde también se desliza el agradecimiento de sus creadores, Alvaro Díaz y Pedro Peirano, hacia los personajes de "31 minutos", que deben tener componentes de autobiografía o de parecido con la realidad, pero eso es secundario, lo esencial es que son criaturas con vida y por eso se les debe respeto y se les profesa cariño.

El conductor Tulio Triviño, el periodista Juan Carlos Bodoque y el productor Juanín Juan Harry, merecen estar en los créditos, al igual que los secundarios y la villana invitada, Cachirula, una niña rica y caprichosa que en una isla construyó un zoológico para especies únicas, se supone en extinción, y por eso manda a secuestrar al ingenuo y bueno de Juanín, que es el último de su tribu.

La película cuenta paso a paso una aventura, donde la tropa va al rescate de Juanín, primero en tierra firme, luego en alta mar y finalmente en un larga batalla en la isla, que es sin duda lo mejor de la historia: un espectáculo delirante e imaginativo, con montaje rápido y chistes muy divertidos (las últimas palabras de Bodoque), donde los seres mecánicos y las muñecas son los enemigos.

Para llegar a este final espléndido, hay que pasar por dunas y sitios eriazos, donde la atención decae y la trama languidece, porque probablemente fue demasiada la exigencia y es algo que a los creadores les ocurre con sus criaturas. En este caso, les pidieron más de lo que su propia naturaleza de títeres o marionetas podía entregar.

Para cubrir los baches y la dificultad de sostener una historia de 87 minutos, quizás faltaron algunas de esas canciones que condensaban el mundo infantil con tanta brillantez: un drama es la caída de un diente, se habla con las muñecas o las ansias por el baile son incontenibles. Nada es fácil en las alturas del cine y "31 minutos, la película", en su travesía, se escora, cruje y tarda en divisar la tierra, pero aún sigue siendo la tripulación más audaz, innovadora y talentosa de la animación chilena.