"31 minutos, la película": extrañar la tontera (El Mercurio)

Domingo 30 de marzo de 2008

El programa de televisión ahora en cine:

"31 minutos, la película": extrañar la tontera

Ernesto Ayala

En estricto rigor, 31 minutos, la película es de lo más exótico que se ha estrenado en Chile en los últimos años. No sólo considerando el universo de las películas chilenas, sino también todo lo que llega a la pantalla grande. ¿Un largometraje de títeres, filmado en cine, a todo dar? El único antecedente más o menos claro son las películas bajo el paraguas de The Muppets, cuyo origen, tal como 31 minutos, estuvo en un exitoso programa de televisión. Pero más allá de algunas películas esporádicas y largometrajes para televisión, el cine nunca conoció un género de películas de títeres, ni siquiera en la enorme producción de Estados Unidos, para qué hablar de Chile. Para los chilenos, asimilar 31 minutos como la extensión de un exitoso, simpático y brillante programa de televisión, y sentarse en una sala oscura a ver estos títeres en acción no deja de ser una experiencia rarísima, insólita, difícil de clasificar.

Más allá de esta primera impresión, la película funciona. Funciona, al menos, mucho mejor que todos los intentos de cine infantil que hemos visto en Chile y en buena parte de Latinoamérica. La cinta denota una energía, preparación y enfoque que no habíamos conocido en las versiones criollas del género infantil, que, digámoslo con todas sus letras, han andado muy cerca del bodrio. Quizás por primera vez se siente que la cinta respeta una condición que en el cine de animación estadounidense es pan de todos los días: la anécdota, guión y la puesta en escena son trabajados hasta el extremo mucho antes de que se filme el primer cuadro, ya que una vez iniciada la producción, a diferencia del cine con humanos, hacer modificaciones es extremadamente costoso. En ese sentido, 31 minutos se ve concebida con cuidado y anticipación. En esto falla un enorme porcentaje de las películas chilenas, incluso estrenos aplaudidos como Mirageman, a la que sobra actitud, pero cuyo guión termina por convertirse en un desprecio a la idea original.

La cinta dirigida por Pedro Peirano y Álvaro Díaz se ve lujosamente y los padres no debieran sufrir mucho cuando acompañen a sus hijos. Es cierto que se echan de menos más canciones y números musicales, pero más que la música propiamente tal, lo que se extraña es cierta soltura y arbitrariedad que en los capítulos de televisión se asociaba a ella. Quizás no es exagerado pensar que éste -canciones más tonteras- era el ingrediente que le daba al programa ese otro nivel de lectura, el que importaba, uno asociado al juego, al miedo y a la nostalgia de ser niños; ya que 31 minutos, el programa, no era tan interesante porque reporteaba la ruta de la caca, sino porque nos hacía recordar cosas que habíamos olvidado. En la película, buena parte de este plano, ese segundo nivel de lectura si se quiere, quizás apretado por el rigor que exigió la concepción de la cinta, se pierde y no es reemplazado por uno nuevo. Así, la película queda algo huérfana de sentido, de razón de ser, de lograr su propia justificación, ese requisito necesario para que las películas sean más que sólo una enorme y agotadora empresa. 31 minutos logra darles vida a sus títeres, cuela un montón de citas encubiertas a otras películas, es generosa en su multitud de detalles creativos, cuenta bien lo que propone y trabaja con personajes muy bien delineados -una fauna que recuerda en mucho aspectos a la que existe a este lado de la pantalla-. Sin embargo, en última instancia, no agarra vuelo donde uno esperaría que lo hiciera.

31 minutos supera muchos de los desafíos que se propone, lo que es mucho decir para una película infantil chilena, pero está en duda si logra repetir aquello que hacía auténticamente especial al programa de televisión que le dio origen a los personajes.


La cinta dirigida por Pedro Peirano y Álvaro Díaz se ve lujosamente y los padres no debieran sufrir mucho cuando acompañen a sus hijos.