31 minutos: la película (Las Últimas Noticias)

La pérdida de la inocencia

31 minutos: la película

Leopoldo Muñoz

★☆

Uno de los riesgos habituales en el negocio del entretenimiento aparece al reciclar los éxitos de la TV y proyectarlos en la pantalla grande. Apuesta que en el caso de la serie “31 minutos” provoca una mezcla de sensaciones al acercarse a los estándares de calidad más competitivos pero a la vez perder esa frescura que incentivaba la imaginación de realizadores y público frente al bajo presupuesto de los peluches. La inocencia se pierde en pos del virtuosismo técnico e innovación audiovisual, esfuerzos dignos de elogio pero que desestabiliza la armonía entre humor, música y desenfado que lograron lo impensable en la televisión infantil: conquistar al público adulto.

La malvada Cachirula mantiene en su isla secreta un zoológico privado con ejemplares de las especies en extinción y para completar su macabra obra desea atrapar a Juanin Juan Harry. Para eso envía a uno de sus secuaces hasta el noticiario 31 minutos, donde Juanín ha organizado la fiesta de cumpleaños de Tulio Triviño que concluye en un desastre y con el peludo albino despedido. Ocasión ideal para el secuestro y que impulsa al conductor del noticiero y a sus amigos a ir en su rescate.

Algo más se extravió, además de Juanín, en la mutación de 31 Minutos desde la caja idiota al cine. A pesar de la excepcional fotografía y puesta en escena -que incluye muñecos a escala humana y planos que no ocultan las extremidades de los personajes como sucede en la TV- el encanto original se difumina en un argumento manoseado. El habitual ingenio de la dupla compuesta por Pedro Peirano y Álvaro Díaz - realizadores del inquietante falso documental “Los dibujos de Bruno Kulczewski”-, no se condice con la escasa potencia dramática del guión. En vez de profundizar en el universo de 31 minutos, repiten el conflicto de productos infantiles como “Rugrats”, al exiliar a sus personajes a inverosímiles aventuras. Así, desaprovechando el imaginario particular/popular de los “monos”, los cineastas se encaprichan con evidenciar su propia infancia al exhibir una nave copiada a la del Dr. Dogma en “El Capitán Centella” o que la isla de Cachirula semeje a la de “La princesa Caballero”. Nostalgia para ellos, pero sin duda y sin desmerecer los logros del filme, una mayor desazón experimentan los fanáticos de “31 minutos” al esperar en vano canciones como “Tangananica-Tanganana” o “Me cortaron mal el pelo”.