Cine chileno 2.0 (La Tercera)

Cine chileno 2.0

Tiempos extraños —y emocionantes— vive el celuloide local. Con siete días de diferencia se estrenarán dos filmes que, por donde se les mire, son toda una novedad, amén de una clara manifestación de vocación popular: el jueves 20 llega a cartelera Mirageman, cinta de artes marciales que ya ha hecho ruido en EEUU y que se vanagloria de presentar al primer superhérore nacional. Una semana después lo hará la película de 31 minutos, el noticiario de títeres que quiere seguir haciendo época.

31 minutos

Andrés Gómez Bravo

Por la pantalla desfilan, lentamente, una serie de retratos de animales estrambóticos. El plano se abre y vemos una pared tapizada de esos retratos: es la galería de criaturas que integran la colección privada de Cachirula de los Cachirulos, una malvada millonaria dueña de una isla zoológico. EN su colección atesora las especies más extrañas y valiosas del mundo, pero el falta una, la más preciosa de todas, porque de ella sólo queda un ejemplar: Juanín, el último de los juanines. Y Cachirula, como Cruela DeVil, no descansará hasta tener al entrañabñe peludo blanco sin ojos en su jardín. Lejos, muy lejos de allí, en la luminosa cocina de su casa, Juanín confecciona una tarjeta para saludar a su jefe y amigo Tulio Triviño, que está de cumpleaños. Lo llama por teléfono a su mansión para despertarlo, luego monta su triciclo y —sin sospechar el peligro que lo amenaza— pedalea hasta los estudios de 31 minutos.

A casi tres años de su última temporada, llega la película inspirada en el existoso programa infantil de la dupla Álvaro Díaz y Pedro Peirano. Y lo hace con la categoría de un raro blockbuster: un presupusto de dos millones y medio de dólares, 40 copias y distribución en Brasil, México y España para la que es la primera cinta de títeres del cine chileno.

En dos hangares del ex aeropuerto Los Cerrillos quedan las huellas del rodaje, como los vestigios de una fiesta o un tornado: 300 muñecos, maquetas, los restos de una ballena, un yate comprado en Valdivia y el escenario de una guerra. Porque en 31 minutos hay persecuciones, naufragios, peleas y una gran batalla de marionetas con robots. Y también humor, ternura y momentos de adrenalina filmados con gran nivel técnico.

Rodada en Santiago, San Antonio, Algarrobo y Río de Janeiro, entre octubre de 2006 y febrero de 2007, con un equipo de 30 titiriteros, la cinta es para sus creadores el resultado de una década de trabajo, desde Plan Z y El Factor Humano hasta 31 minutos. "La idea de la película nació después de la primera temporada. Habíamos hecho ya suficientes cosas en la tele, siempre quisimos hacer cine y vimos la oportunidad", cuenta Díaz.

Desde 2005, cuando se emitió el último episodio, el clan creativo —Peirano & Díaz más Rodrigo Salinas y Daniel Castro— se concentró sólo en el filme que no es —como se podría temer— una versión alargada de la serie. Con Toy Story y Buscando a Nemo de referencias, 31 minutos cuenta una historia clásica y sencilla: un relato de amistad y aventura, un viaje cruzado de peligros y risas y con una malvada al estilo James Bond y una tropa de héroes sin superpoderes.

"Al cine chileno le falta expresar emociones, como lo hacen Machuca, Palomita Blanca o La Vida me Mata. Esta es una historia de personajes que son chilenos pero universales, que quiere entretener y emocionar, y tiene eso en común con esas películas", dice Díaz.

Con fotografía de Joan Littin, música de Pablo Ilabaca (Chancho en Piedra) y Angelo Pierattini (Weichafe) y montaje de Felipe Lacerda (Estación Central), la cinta tiene a Juanín, el eterno secundario, en el rol protagónico, seguido por los personajes más famosos: Tulio, Bodoque, Patana, Huachimingo, Mario Hugo, Policarpo Avendaño, el Tío Horacio y el miserable Tío Pelado, en una historia ágil y fresca, para grandes y chicos, que puede atraer incluso a quienes nunca vieron este freak noticiero de TV.


Estreno estrés

Pedro Peirano

Estar en esta posición —haber hecho una película y esperar su estreno— es lo más distinto que existe a ser el público de esa película. Es decir, para los demás, 31 minutos será solo una historia que disfrutarán o les hará bostezar (¡glup!) a lo largo de sus ochenta y tantos minutos. Y bueno, eso es, no me estoy quejando. Uno olvida lo fácil que es juzgar una película cuando está haciendo la propia. Y hay que olvidarlo. Eso, y que sólo dura ochenta y tantos minutos.

Para nosotros, los involucrados, es difícil siquiera concebir que un esfuerzo tan grande se refleje finalmente, en un tiempo tan acotado. Esos momentos de cine son, espiritualmente, años- Desde la vez que decidimos que ese mono tan harapiento y de ojos de botón iba a ser el conductor de un noticiero hasta ahora, todo está en la película. Todas las pequeñas sensaciones de final que no era tal, si no que el paso a otra cosa: la filmación en Chile para luego ir a Brasil, para que comenzara el montaje que terminaría sólo para comenzar la postproducción. Mientras, el Kvzón y el Angelo Pierattino partiendo la música de cero, probando un teme que reflejara la maldad de la mala. El Álvaro y yo caminando por una calle de Río, planificando como comunicarnos con el montajista brasileño. Un policía español que me agarra mala en la frontera convirtiendo el viaje para revisar los efectos de postproducción en una suerte de miniodisea tercermundista... en fin.

Yo creo que de alguna manera esa cantidad de cosas, partes de un trabajo eterno pero bonito, se transmiten. Que la gente de cualquier edad puede sospecharlo, o disfrutarlo... bueno, tal vez no. Seudorreflexiones sin demasiado fundamento, como la que acaban de leer, y otras peores vienen a cada momento en estos días previos al estreno. Temores o certezas sin esos nombres, claro, si no más bien una masa de pensamientos nebulosos más o menos de este estilo: "Ojalá que no la pirateen-espero que se rían en esa parte que-ojalá que se escuche bien-pucha que quedó lindo el cartel-a qué tía se me habrá olvidado invitar al estreno-estrés-ojalá se emocionen cuando..." y así.

Menos mal que aún queda trabajo por hacer. Menos tiempo para pensar. Miro a Tulio y Bodoque, muy doblados en sus cajas, y envidio su falta de nervios. Son estrellas de verdad, no como yo, que sólo sé ser público de películas.

Hasta ahora.