31 minutos: La película (Mabuse)

Deseo y decepción

31 minutos: La película

27/03/2008

Por Jorge Morales

Las películas derivadas de programas de televisión siempre se ven obligadas a manejar un difícil equilibrio de dependencia e independencia de su origen. Es decir, deben ser lo suficientemente fieles al programa que las inspiró y aceptablemente distintas para tener validez como producto autónomo. Por eso, en la mayoría de los casos, nunca nadie queda conforme con el resultado. Ni los fanáticos, ni los que ignoran las coordenadas narrativas y estéticas de la serie original.

En ese sentido, 31 minutos: La película tenía un desafío mucho mayor con quienes jamás disfrutaron de su paso por televisión en sus tres temporadas (2003, 2004 y 2005). Y es que pese a que para muchos el atractivo de sus precarios monos podía resultar irresistible, la verdad es que Juan Carlos Bodoque, Tulio Triviño, Juanin Juan Harry y el resto del elenco, fueron los arquetipos de un modelo estético muy elaborado que quizás no es posible de apreciar –y querer- al verlos por primera vez en cine. Porque si bien 31 minutos: la película responde al último eslabón de una cadena comercial que ya había cerrado sus puertas, era también la culminación de un concepto artístico que se aplicó con especial dedicación durante sus tres años de vida. Lo interesante del programa era una combinación armónica de distintos elementos que antes habían estado disociados en la televisión infantil chilena: ironía total sobre cualquier tema antes tratado con solemnidad y respeto; una estimulante variedad de personajes creados de la nada –que podían perfectamente ser simples utensilios utilizados para otros fines (un lápiz, un balde, un globo, un micrófono, etc.), juguetes "animados" (por ejemplo, peluches que sólo eran movidos con una mano) o muñecos convencionales que podían comprarse en cualquier tienda de cumpleaños-; y sobre todo un respeto absoluto por la inteligencia infantil. 31 minutos era un programa que podía tratar temas serios muerto de la risa y que trataba a los niños más como pares o amigos que como alumnos o aprendices. Un recreo educativo horizontal, pero donde si la lección era la modestia, sería dictada por un el sujeto más pedante del mundo (como Tulio Triviño, por ejemplo). Digamos que era menos edificante que Plaza Sésamo, que tenía la acidez de Los Simpsons pero dirigida a un público más chico, y que se acercaba en el tono y en la forma a Los Muppets, incluso en la idea de que se trataba de la trastienda de un show.

El paso al cine era un riesgo. Porque el éxito cimentado en la pantalla chica funcionaba, más allá de sus hallazgos conceptuales, en un tiempo restringido de apenas media hora, y con una "sensibilidad" (por así decirlo) completamente televisiva: 31 minutos es un programa de televisión sobre un programa de televisión. Por eso, posiblemente, sus creadores optaron por trasladar la acción desde los platós y estudios de TV a una isla exótica.

Es imposible saber sí ése fue el error o si la extensión casi obligatoria de una película normal les pasó cuenta. Pero efectivamente la cinta no fue el batatazo esperado. Y no me refiero a su recaudación o al gusto general del público sino a la sensación térmica de la mayoría de los seguidores de la serie que la vimos con entusiasmo y con la mejor disposición. Porque aunque se mantuvo su agudeza, era muchísimo menos filuda; porque la participación de sus personajes no logró el equilibrio necesario para que mostraran del todo su personalidad; porque su comicidad no era tan efectiva. La herencia de la serie fueron los personajes y el tono, pero su estructura también permitía que ese tono y esos personajes se desenvolvieran. Las notas de prensa, el segmento musical, el conflicto de turno, o sea, cada uno de los gags que componían el noticiario, desaparecieron, y construyeron una gran historia que abarcara a todos los personajes en un solo sentido. Por eso el protagonismo que cada personaje tuvo en algún segmento de cualquier capítulo de la serie, se veía desdibujado en la película en la medida que ninguna historia les "pertenecía".

De todos modos, la falla de 31 minutos como película tiene que ver más con lo que es que con lo que se sacrificó. Porque de haber seguido a pie juntillas el cuerpo y espíritu de la serie, quizás la satisfacción hubiese sido mayor, pero se hubiese dicho –con razón- que se trataba sólo de un capítulo extendido. Es la narración convencional y una historia central floja el principal defecto de 31 minutos. Es una decepción porque la potencialidad de sus personajes podía aspirar a un resultado más exigente. El ejercicio de Peirano y Díaz con la serie fue tomar un formato establecido –el noticiario- y parodiarlo hasta desestructurarlo por completo. Acá el ejercicio es el mismo: se toma el formato de la aventura clásica y se la parodia, pero se mantiene intacta la estructura, rigidizando la acción y ahogando mayores cotas de locura.

Puede ser que disponer de mucho más dinero determinara que encontraran salidas menos creativas o que se optó por un riesgo más calculado justamente pensando en las altas tasas de recaudación a las que aspiraban. Pero cualquiera sea el motivo, el fenómeno de 31 minutos tuvo un desenlace digno, pero por debajo de las expectativas. Por lo que se puede decir, sin ninguna duda, que fue mejor la serie que la película.