Sueños de Títere (El Mercurio)

Jueves, 26 de Junio de 2003

Sueños de Títere

Si la gente que toma decisiones tomara las decisiones correctas, "31 minutos" podría convertirse en lo que Chile necesita.

Alfredo Sepúlveda

Hay algo en la frase "programa de culto", o al menos en cómo leemos esa frase en Chile, que no huele bien. Es ese tufillo a inevitable fracaso comercial que suponen esas palabras - algo así como "el programa les gusta a unos pocos, pero pucha que les gusta"- , esa asociación de "culto" como algo antagónico a lo "masivo" - y por lo tanto, a lo comercialmente exitoso- casi por definición. Un antagonismo que resulta ser una tontera, si se toman en cuenta casos tan de culto y tan masivos como el de "Los Simpsons", pero que por estos lados parece aterradoramente real, en parte gracias a la ineficiencia de quienes deberían ser capaces de traducir esos fenómenos a números azules.

Por eso, cada vez que un nuevo programa-de-culto chileno empieza a colarse en el vocabulario y el imaginario de mis amigos, a uno le dan ganas de que éste sí, que éste resulte, que éste la rompa. El de turno es "31 minutos" (los sábados a las 11 y 13:30 en TVN, por si todavía no sabe de qué diablos hablo), y sus responsables parecen estar haciendo lo correcto: qué tanta canción pirateada y pasada de mano en mano, mejor editar un álbum como la gente y sacarlo a la venta. La semana del 7 de julio debería estar en disquerías. Y en mi casa. Qué tanta fotito de mala resolución, mejor sacar un álbum. Eso también se va a materializar pronto.

Pero por supuesto, nada de eso sirve mucho si no se resuelve primero un detalle: la continuidad del programa. En un principio, "31 minutos" parecía condenado a la maldición de los programas-de-culto. Si Pedro Peirano, Álvaro Díaz y el equipo que dirigen no hubieran ganado fondos estatales, "31 minutos" sería sólo una buena idea. Ahora no pueden postular a los mismos fondos, y en su actual franja horaria el programa de Tulio Triviño tiene poco auspicio. Pero al menos hasta el día en que escribo esta columna las conversaciones entre la productora Aplaplac y TVN iban "bien encaminadas", según Peirano. "Es más o menos obvio que el programa va a seguir", se atrevió a decir, pensando en una segunda temporada que recién saldría al aire en marzo del próximo año (a la temporada actual le quedan casi dos meses).

Mientras hago planes para juntarme con mi amiga Isabel para ver el video de "Plan Z" que su hermana le compró en el persa (un comercio informal que a Peirano le parece divertido), me pregunto por qué programas como éstos, con el arrastre que tienen, deben conformarse con "seguir". Por qué no pueden crecer, por qué no pueden llenarse de plata, por qué "31 minutos" no salta a la franja nocturna y se transforma en lo que Chile necesita, en lo que está llamado a ser: una caricatura de Chile que funciona para niños y para adultos. Es decir, "Los Simpsons" de los chilenos.